miércoles, 24 de julio de 2013

LIBERTAD

Con cada palabra que sale de tus labios el dolor en mi pecho va en aumento. Necesito hacerte callar, pero estoy paralizada. Lo que más me hiere es tu sonrisa, porque es la que me confirma que con ella eres feliz. Oigo tu voz, pero no comprendo lo que dices; la cabeza me palpita con fuerza.
-Nerea, ¿me escuchas?
-¿Qué? Yo... claro que sí.
-¿De qué estaba hablando?
-Pues hablabas de... cómo hacer y... dónde...
-¡Dios mío! ¿Qué te pasa hoy? No me estás haciendo ni caso. ¡ Te estoy confiando los planes del mejor día de mi vida!
Deseo más que nada en el mundo plantarte cara, decirte que te amo, que siempre te he amado en silencio, velando por ti. Pero tú no estás a mi alcance, ya no. Debo esconder mi loco amor en una caja, debajo de la cama, para que se llene de polvo y moho; así ya no querré volver a tocarla. Pero no puedo hacerlo, porque en esa caja van las tardes en la playa, las acampadas, las noches de cine antiguo en el salón de tu casa, todas las cosas que me importan. Solo me queda una opción para mitigar el dolor sin olvidarte.
Me despido de ti, sin desvelarte que puede ser la última vez que me veas. Camino con paso decidido hacia el puente de Rande, ignorando el claxon de los coches; nada va a conseguir pararme.
Llego a la mitad del puente y me siento en la barandilla con las piernas colgando. Dejo que la brisa marina acaricie mis mejillas, como despedida. Debo darme prisa antes de que alguien se de cuenta de la locura que estoy a punto de cometer.
Me suelto y, mientras caigo hacia las frías aguas, los oídos me pitan, pero yo solo siento felicidad; felicidad por estar libre y sin cadenas.
Luego, un dolor frío e intenso, hasta adentrarme en una luz blanca que lo hace remitir. No puedo evitar sonreír.
Después de eso, nada.


















































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