Me despierto temprano y, lentamente, voy dándome
cuenta de lo que pasa: tus brazos, fuertes y seguros, alrededor de mi torso
desnudo; tu pecho, debajo de mí, se eleva con cada respiración; siento tu
mirada en mi nuca, y elevo la vista para ver tus ojos verde esmeralda.
Me saludas con una sonrisa alegre y
despreocupada, que deja en tus ojos un brillo de picardía.
No sé que hacer; nunca antes me había pasado
esto, y la situación se esta empezando a poner embarazosa. Me levanto de la
cama y cojo una bata, intentando tapar mi desnudez, aunque sé que ya no sirve
de mucho. Entro en el baño y comienzo a llenar la bañera con agua caliente.
Pero, a pesar de tener una ligera esperanza, es casi imposible que él se duerma
y yo pueda escaparme. Mientras, medito que pudo ir mal.
Hacía meses que lo conocía, así que el encargo
debería haber sido fácil: acostarme con él y huir de madrugada sin dejar
pistas. Desprestigiar el status de una persona no es un trabajo que me agrade,
pero se paga bien, y yo necesito el dinero para vivir.
Pero esta vez es diferente. Cada vez que pienso
en escaparme me inunda una profunda tristeza; en cambio, cuando lo recuerdo a
él, a esta noche, se me acelera el corazón y me siento la mujer más feliz del
mundo.
Poco a poco, la verdad me acecha, como un hábil
depredador, hasta cazarme. Ahora ya no hay vuelta atrás. He incumplido las
reglas:
Me he enamorado de mi víctima número 100.
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