martes, 27 de agosto de 2013

Bienvenida

Al avión aún le quedaban diez minutos para aterrizar, y yo ya había probado todas las maneras posibles de esperarlo: sentada, de pie, apoyada en la pared,....
Quizás si aceptara la cerveza que me había ofrecido el camarero, la espera se haría un poco más llevadera. Pero lo último que quiero es que Marcos me encuentre borracha, o tonteando con cualquiera.
Justo cuando estoy a punto de preguntarle por quinta vez a la chica de información cuanto tiempo queda, un panel brillante anuncia la llegada del avión.
Me acerco, con algunas personas más, hacia la puerta por la que, dentro de un momento, saldrá la persona a la que más quiero en el mundo, mi Marcos.
Después de dos meses sin verlo, no puedo aguantar ni un segundo más y, en cuanto aparece, corro hacia él y me echo a sus brazos. Él suelta la única maleta que lleva y me alza, dando vueltas, como si yo tuviera cinco años y pesara lo mismo que un bebé.
Porque, a pesar de mis veinte años recién cumplidos, para él aún soy su pequeña, y siempre seguirá llamándome así, da igual la edad que tenga.
-¿Me has echado de menos, baby?-pregunta.
-No me llames bebé. Aunque no se me dé tan bien el inglés como a ti, tengo un vocabulario. Y veinte años, no dos.
-Venga, no te enfades; te he traído un regalo.-Sacude un paquete delante de mí.
-¿Qué es?
-Ábrelo tu misma.
Lo hago, y lo que encuentro me deja paralizada. Una pulsera de oro, con mi nombre grabado, resplandece sobre la palma de mi mano.
-¿Dónde has robado esto?
-Me subestimas demasiado.
Lo abrazo con fuerza.
-Te quiero muchísimo, Marcos. ¿Lo sabes, verdad?
-Sí, hermanita, ,lo sé-me devuelve el abrazo-. Yo también.

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